Una Voz para los que No la Tienen: en Medio de una Brutal Represión, este Egipcio Gay Busca Esperanza
Todas las mañanas me levanto a ver una bandeja de entrada inundada con mensajes perturbadores y descorazonadores de Egipto. Los mensajes provienen tanto de amigos como de extraños, miembros de la comunidad gay que dejé hace cinco años, que fue la fecha en la que salí del clóset y me retiré del país, acosado por amenazas de violencia, intimidación e incluso la muerte. Los que me escriben están desesperados por hacer lo que hice: escapar de un país atrapado por la presecución homofóbica. Fallando en eso, muchos otros de los que me escriben me dicen que quieren escapar de sus vidas. No sé qué decirles. Me gustaría ofrecerles esperanza. Me gustaría que no fuera una falsa esperanza.
Cuando salí del clóset en 2012, quería usar mi estatus como una figura relativamente pública — por ser el nieto de dos de las celebridades más queridas de Egipto — para impulsar la aceptación LGBTQ a través de lo que entonces asumí que sería nuestra hora más oscura. Desafortunadamente, desde entonces las condiciones solo han empeorado, y el país ahora se ve afectado por una brutal represión contra algunos de sus ciudadanos más vulnerables.
En los últimos meses, la policía egipcia ha comenzado a detener (en la calle) a los hombres que sospechan que son homosexuales, buscando en sus teléfonos incriminatorias o aplicaciones de ligue y arrojándolos a prisión por sentencias que van desde seis meses hasta seis años. Ha habido redadas en saunas y al menos en una boda entre personas del mismo sexo. Hay reportes estomacales de que la policía ha sometido a sospechosos a exámenes anales forzados, que son una forma particularmente humillante de tortura.
El supuesto impetú para esta represión fue un video ampliamente difundido de un concierto hecho en septiembre en El Cairo, durante el cual algunos asistentes ondearon banderas de arcoíris en apoyo al cantante gay de la banda. Las imágenes provocaron una ola de retórica odiosa por parte de los comentaristas culturales egipcios, quienes afirmaron que estos radicales libertinos (como se supone que son denominados los gays homosexuales) representaron una bofetada a la identidad y los objetivos de nuestro país.
Estos mensajes de odio encontraron un terreno fértil en un país que está legítimamente frustrado por el ritmo lento y doloroso del progreso. Como muchas sociedades frustradas han descubierto, los homosexuales egipcios son un chivo expiatorio conveniente. Cuando ya nos vemos obligados a vivir en las sombras, somos los villanos perfectos y sin rostro. En las fotografías de los hombres llevados a las cárceles egipcias, todos se cubren la cara con sus camisas o sus manos, ocultando su vergüenza y dejando que los observadores imaginen que estos hombres podrían ser cualquiera (excepto sus amigos, hermanos e hijos).
No hablo de esto con mis amigos estadounidenses. Ellos escuchan estas historias con el horror que esperarías, pero no puedo evitar sospechar que está mezclado con una leve advertencia, y detrás de su compasión escucho: «Bueno, ¿qué esperabas, comentiendo la tontería de nacer egipcio gay?».
No conocen la calidez y la alegría fundamentales que asocio con el pueblo egipcio. No entienden el feroz patriotismo y el orgullo que siento por mi país, un orgullo que existe en la mayoría de los egipcios LGBTQ, a pesar de su persecución. Aunque las cabezas parlantes conservadoras del país pintan a la comunidad gay egipcia como traidora y radical, nuestros objetivos son los mismos que los del gobierno: seguridad, estabilidad y prosperidad económica. (La prosperidad, se ve perjudicada cuando los turistas occidentales asocian al país con abusos contra los derechos humanos y eligen no visitar).
La comunidad LGBTQ ni siquiera es anti-Islam: es una falsa dicotomía que a menudo se perpetúa y que divide la religión y la aceptación LGBTQ. En 2016, el gran mufti de Egipto, Shawki Allam, declaró inequívocamente que nadie tiene derecho a lastimar o dañar a los homosexuales. Sin embargo, a pesar de las palabras de una de las más altas autoridades religiosas del país, la religión continúa brindando una cobertura conveniente, permitiendo que las personas que nos atrapan, nos golpeen y torturen para imaginar que tienen moralidad de su parte.
Es difícil explicar a las personas que alcanzaron la mayoría de edad durante la embriagadora ola de victorias para el movimiento LGBTQ estadounidense que nuestros objetivos en Egipto son mucho más modestos. En su mayor parte, solo queremos vivir en el mismo silencio que tenemos por generaciones, libres del terror de saber que el más mínimo gesto o mirada nos traicionará.
No puedo decirles a los jóvenes homosexuales egipcios que me mandan mensajes que salga en masa y protesten; no quiero que sean carne de cañón para mis ideales. Ni siquiera puedo decirles que salgan del clóset con sus propias familias; pocos de ellos tuvieron las experiencias de liberalización que mis abuelos me dieron, trabajando en películas con personas de todos los ámbitos de la vida. Entonces les digo que se mantengan a salvo, que tengan cuidado, que aguanten.
Intento ofrecer a los egipcios LGBTQ una forma de esperanza en la que puedo creer, que toda la historia del progreso humano es un viaje continuo hacia la inclusión. Una vez que la gente ha probado por primera vez la comunidad, el amor, la libertad, la oportunidad de vivir sus auténticas identidades, no hay una represa que pueda detenerla.
Me gustaría poder decirle a las personas que me escriben mensajes cuánto tiempo tendrán que esperar para sentirse seguros en su propio país. Esa respuesta se reducirá en parte al acceso del país a las representaciones positivas de los homosexuales egipcios en los medios, ya que la narración de historias sigue siendo una de las formas más efectivas de cambiar la percepción; pero por el momento, esas historias están censuradas. En parte se reducirá a un compromiso de instituciones como el Banco Mundial para proteger a las personas LGBTQ al hacer que el respeto de todos los derechos humanos sea una condición para la inversión.
Más que nada, dependerá de que los egipcios acepten que la marea de tolerancia es inevitable. Pero Egipto y todas las naciones deben decidir cuántas vidas se perderán y se romperán antes de que reconozcan que no somos hombres sin rostro, sino hermanos, hermanas y ciudadanos.
No hay nada radical acerca de lo que soy. Las personas LGBTQ han existido en Egipto desde los albores de nuestra gran civilización. Y no hay nada radical sobre lo que quiero. Quiero irme a casa, en silencio, a salvo. Quiero visitar las tumbas de mis abuelos, a cuyos funerales no pude asistir. Quiero darle a mi país las mismas cosas que mis abuelos le dieron: mi yo completo y honesto, no como el chivo expiatorio de Egipto o su mártir, sino su hijo patriótico.